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Según datos históricos, las primeras cofradías se establecieron en la colonia de Santo Domingo a partir del año 1503, como congregaciones de devotos católicos. Ni negros ni mulatos podían formar parte de ellas, razón por la cual fundan estos sus propias hermandades. Una de las más antiguas y conocidas era la Cofradía del Espíritu Santo, activa en varios pueblos del país, y que en la actualidad sobrevive en San Juan de la Maguana, Cotuí y Villa Mella. De estas tres, la Cofradía de los Congos de Villa Mella es la más activa y la más directamente consagrada al Espíritu Santo. 

La más antigua mención escrita que se conoce sobre sus tradiciones aparece en el Código Negro Carolino del 1784, en el cual se prohíben los ritos del Banko con las penas más severas. En la actualidad, algunos de sus miembros activos reportan la participación de sus ancestros desde el año 1850. 

Pertenece al antiguo archivo de la llamada Catedral-Parroquia de Santo Domingo, que se convirtió en Archivo de la Catedral a partir del 14 de diciembre de 1790 y hasta los tiempos actuales. El hoy Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Santo Domingo es un archivo estrictamente privado para el uso único del párroco de la Catedral y sus asistentes.

Puesto que el Libro de Bautismos de Esclavos permaneció fuera de los depósitos de los archivos públicos, solo un número muy limitado de escritores e investigadores tuvo acceso a mirarlo o consultarlo.  

En mayo del 1989 el Libro fue confiado al Centro Taller Regional de Restauración y Microfilmación de Documentos para el Caribe y Centroamérica (CENTROMIDCA), ahora convertido en el Centro Nacional de Conservación de Documentos (CENACOD), donde se concluyó su restauración en diciembre de  1993.

La supervivencia de estos legajos y su buen estado de conservación se debe a personas desinteresadas, en su mayoría familiares de las víctimas, que junto a organizaciones de la resistencia y de defensa de los derechos humanos atesoraron cada uno de los documentos en completa clandestinidad. A estos documentos se sumaron otros pertenecientes a los fondos del Estado Dominicano que solo pudieron ser conocidos y estudiados tras ser desclasificados, luego del tránsito a la democracia en 1978.

 En el año 2006 se inició una importante etapa en el proceso de conservación de la colección con la digitalización de las piezas documentales pertenecientes a los legajos sobre la resistencia y la represión. La beca otorgada por el Fondo del Embajador para la Preservación Cultural del Gobierno de los Estados Unidos (AFCP, por sus siglas en inglés) permitió conformar un equipo de rescate compuesto por expertos provenientes de España, norteamericanos y dominicanos.  

El Museo Memorial de la Resistencia Dominicana mantiene acuerdos con varios organismos estatales nacionales y de otras naciones para continuar la labor de recuperación y difusión que ha iniciado desde su creación y posterior apertura al público. 

Historia:

La primera fundación de la villa de Montecristi se remonta al año 1506, durante el gobierno de Nicolás de Ovando. La villa es asentada en terrenos de la Bahía de Manzanillo, por aquel entonces parte del cacicazgo de Marién, avistados y explorados por Cristóbal Colón durante su segundo viaje. En los años siguientes llegaron allí varios grupos de pobladores, siendo el más citado el comandado por Juan de Bolaños y compuesto por cerca de 70 familias canarias, que no lograron prosperar como esperaban. Hacia la segunda mitad del siglo XVI, la villa de Montecristi se desarrollaba muy pobremente perdiendo año tras año una gran cantidad de habitantes por mudanza o enfermedad. En el 1606 la corona española ordena finalmente su despoblación junto a otras villas de la banda norte y sus habitantes fueron reubicados junto a los de Puerto Plata en una nueva comunidad bautizada como Monte Plata, al norte de la villa de Santo Domingo. 

Más de un siglo después, mediante Real Orden del 18 de marzo de 1749 se dispone la refundación de Montecristi a fin contener el avance francés en la isla y desarrollar el comercio a través del puerto del mismo nombre. Es en las cercanías del puerto, ya no en la Bahía de Manzanillo, donde a partir de 1751 se empiezan a establecer las primeras familias procedentes en su mayoría de las islas Canarias dedicadas básicamente a las labores agrícolas. 

La ciudad de Montecristi inició en su localización definitiva un lento crecimiento que por muchos años estuvo muy unido al desarrollo de su puerto marítimo, próspero solo cuando las autoridades, primero españolas y luego haitianas, lo abrían de manera intermitente al comercio exterior. Luego de constituida la República Dominicana en 1844 y recuperado su territorio del control español por la Guerra Restauradora a mediados del 1865, el muelle de Montecristi se especializó en la exportación de madera para construcción y para fabricación de tintes. Según las fuentes históricas no se contaban allí más de 1,500 personas.   

A partir de 1870 y hasta poco después de la Primera Guerra Mundial, la comercialización de madera de campeche para el teñido de telas exportada principalmente a Alemania motiva el florecimiento de la ciudad a la que llegan migrantes de diversas ciudades del mundo, particularmente de países antillanos y europeos. Estos últimos fundan y dirigen importantes casas comerciales junto a empresarios dominicanos. Son de este período el primer acueducto del país, construido en 1889; el muelle, construido en 1864; y el reloj público, adquirido en Francia en el 1895. De estas estructuras solo se conserva el reloj.

 Al darse por terminada la llamada Era del Campeche, la ciudad de Montecristi iría ganando lentamente nuevos sectores sin que ejercieran una presión incontenible sobre el centro histórico, como ha ocurrido con otras ciudades medias del país, lo cual ha contribuido a su preservación y estado actual.

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