Historia:
Los grupos aborígenes más antiguos en el área se remontan a 1,255 años antes de Cristo. Se trataba de grupos preagroalfareros, llamados así por no dominar la fabricación de objetos cerámicos ni la agricultura. Luego de permanecer allí por más de mil años fueron hibridándose con grupos ceramistas que llegaron en olas migratorias posteriores.
En el 1492 el área ocupada en la actualidad por el Parque Nacional del Este pertenecía al cacicazgo de Higuey. A pesar de sus avances sobre el territorio, la colonización no alteró significativamente los rasgos del área, como tampoco lo hizo el crecimiento de la industria azucarera en el este del país a inicios del siglo XX.
Se conoce que a partir del año 1950, el área del Parque fue utilizada por cazadores y recolectores nómadas que provocaron un notable descenso en el número de aves, sin que esto haya significado la desaparición de especies. Algunas fuentes también reportan la fabricación de carbón misma que ocasionó daños aislados por el uso de algunas especies de árboles.
En 1975 el gobierno de la República Dominicana declaró al Parque Nacional del Este como zona protegida mediante el decreto no. 1311. A partir de entonces las actividades económicas adversas fueron controladas y este espacio se considera como reserva natural gracias a la rica biodiversidad presente en el mismo.
Posteriormente a su declaratoria, la Dirección Nacional de Parques de entonces elabora en 1979 un Plan de Manejo, el primero en su naturaleza entre todos los parques naturales del país. Además de describir el Parque y sus recursos, este Plan de Manejo incluía listados preliminares de fauna y flora.
Tras la declaratoria de Parque Nacional, tienen lugar una serie de exploraciones que permiten conocer y catalogar las distintas especies de plantas y animales, algunas endémicas de la isla. De igual modo, las excursiones permitieron el estudio de algunas de las plazas ceremoniales, manantiales y cuevas ricas en arte rupestre, con la colaboración de la Dirección Nacional de Parques, el Museo del Hombre Dominicano, la Sociedad Dominicana de Espeleología y una larga lista de investigadores dominicanos y extranjeros.
La mayoría de las cuevas conocidas fueron reportadas por buscadores de cangrejos, tramperos y guardaparques. La segunda mitad de la década del 1970 y los 20 años siguientes aportaron la ubicación de otras cuevas y lugares externos a éstas, en las cuales se cree se practicaron ritos mágico-religiosos y funerarios.
En 1984 se concluyó la redacción de un segundo Plan de Manejo para el Parque. A partir del 1993, y con el apoyo de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos (USAID), la organización no gubernamental The Nature Conservancy (TNC) se fortaleció su gestión desarrollando alianzas con organizaciones de los sectores medioambiental y comunitario para mejorar la infraestructura del parque, aumentar la información acerca de sus recursos y elaborar un plan financiero para su manejo.
Varios investigadores reconocen que hasta el momento el componente cultural del Parque ha recibido una limitada atención. Aún es mucho lo que falta por realizar en cuanto a la ubicación y estudio de una gran cantidad de sitios de interés arqueológico reportados.
Historia:
La villa de La Isabela fue fundada por Cristóbal Colón a modo de fortaleza en los primeros días de enero del año 1494, luego de su segundo viaje. El lugar escogido fue la planicie del farallón hoy conocido como Punta del Castillo, en la Bahía de la Isabela. Concluidas las construcciones básicas, Colón permaneció en el poblado hasta marzo del mismo año, en que partió por tierra a explorar el resto de la isla, en particular la región del Cibao, sus valles y riquezas naturales.
La Isabela comienza entonces a desarrollarse como eje del control hispánico en la isla. Sin embargo, al poco tiempo de su fundación, los españoles de la villa empiezan a padecer las difíciles condiciones del nuevo entorno. Las constantes muertes por plagas y enfermedades, el escaso alimento y el arduo trabajo contribuyeron a deteriorar a una población muy disminuida. Este ambiente hostil e insalubre no produjo más que descontento y rebeliones internas, provocando la queja formal ante la corona en contra de Cristóbal Colón y su gobierno de la isla.
Los cronistas e historiadores señalan el período 1497-1498 como aquel en que la gran mayoría de pobladores abandona el lugar, trasladándose hacia el sur a otras villas de reciente fundación, como Concepción de la Vega y Santo Domingo (por entonces asentado en la margen oriental del río Ozama), en busca de mejores condiciones de vida y de las riquezas en principio prometidas. Es así como la primera ciudad europea en tierras americanas cae en el olvido y empieza su lento pero definitivo deterioro.
Luego de ser frecuentado durante siglos por corsarios y pobladores ocasionales, hacia mediados del siglo XIX aún se reportaban en el lugar los restos del almacén y de la casa de Colón y los pilares de la iglesia. Con el paso de los años las ruinas seguían deteriorándose y perdían materiales importantes que fueron utilizados en la construcción de otras edificaciones en ciudades cercanas. Este saqueo fue sin dudas intenso pues entre 1880 y 1890 investigadores extranjeros indicaron en sus informes que no quedaban más que montones de piedras y ladrillos en el solar. También se reporta durante la dictadura trujillista el arrasamiento del solar con equipo pesado para su supuesta limpieza.
No fue sino hasta la segunda mitad del siglo XX en que las autoridades dominicanas toman conciencia de la importancia de estas ruinas. Entre los años 1960 y 1980 se llevan a cabo los primeros reconocimientos y excavaciones arqueológicas importantes en el asentamiento original y sus alrededores a cargo de investigadores dominicanos entre los que se encuentran Carlos Dobal, Luis Chanlatte Baik, Elpidio J. Ortega y Marcio Veloz Maggiolo. Paralelamente, se inicia el rescate de las ruinas del asentamiento militar y la delimitación parcial del terreno.
Las investigaciones más intensas, llevadas a cabo entre 1989 y 1999, son producto del esfuerzo conjunto entre la Dirección Nacional de Parques de entonces, el Museo del Hombre Dominicano y varias universidades extranjeras, en particular la Universidad de la Florida (Estados Unidos) y la Universidad Nacional y Experimental Francisco de Miranda (Venezuela). Cabe destacar la labor investigativa de los arqueólogos Kathleen Deagan y José María Cruxent. Sus hallazgos aportaron valiosa información científica sobre el contacto entre aborígenes y conquistadores, el carácter de la antigua villa y los elementos naturales que integraban este singular entorno.
En la actualidad, el Ministerio de Cultura trabaja en el desarrollo e implementación de un Plan de Manejo que garantice la gestión integral sostenible del Parque Nacional Histórico y Arqueológico de villa de La Isabela, incluyendo por supuesto el asentamiento principal, los yacimientos de las inmediaciones y las zonas naturales adyacentes. A través de diversos acuerdos y con la colaboración de instituciones nacionales y organismos de cooperación internacional se espera igualmente renovar las facilidades del Parque, a fin de que pueda abrirse a la visita de nacionales y extranjeros.
La villa de Azua fue fundada en el año 1504 cerca del mar Caribe en el puerto que Cristóbal Colón había bautizado como Puerto Escondido, en las cercanías del poblado taíno llamado Azúa o Açúa. La conquista de este territorio, situado en los dominios de Cuyocagua, nitaíno del cacicazgo de Maguana, fue comandada por el capitán Diego Velázquez de Cuéllar, con poder delegado otorgado por el gobernador Nicolás de Ovando.
Según indica el historiador István León-Borja, la antigua villa debe su nombre de Compostela a unos terrenos, próximos al poblado taíno de Azúa, que pertenecían a un natural español de nombre Gabriel Varela, conocido como el Comendador Gallego por ser originario de un pueblo cercano a Santiago de Compostela, en Galicia.
En sus inicios no era más que una villa de bohíos de madera y calles de tierra con dos iglesias parroquiales. En 1508, la corona concede escudo y emblema propios a la villa de Compostela. Se reporta que hacia 1514 la iglesia ya había sido construida con madera y materiales vegetales. El desarrollo de la villa de Compostela de Azua se debe a la producción de azúcar de caña. Según los documentos históricos, para 1533 había cinco ingenios azucareros en las proximidades de la villa.
Algunos autores hablan de varios ataques e incendios provocados por corsarios franceses entre los años 1530 y 1545. Si bien estos causaron estragos, las edificaciones más importantes no fueron destruidas al estar construidas de materiales duraderos. Hacia la mitad del siglo XVI, la villa de Compostela era ya el asentamiento más próspero de toda la banda sur de la isla y lugar de paso obligado para los viajeros que se dirigían a la ciudad de Santo Domingo.
Durante los años siguientes, y a pesar de la decadencia de la isla, sus moradores siguieron comerciando y exportando azúcar de caña aunque en menores proporciones. A raíz de un terremoto ocurrido en el año 1665, la iglesia es reconstruida en piedra. En 1675 inician las construcciones de una nueva sede para el cabildo, una cárcel, una carnicería y otras obras civiles, cuyos restos no han sido localizados.
Varios terremotos causaron importantes daños en Compostela de Azua en 1673, 1684 y 1691, este último causando importantes daños. La antigua villa fue finalmente destruida por un terremoto y consumida por el tsunami que le siguió ocurridos según los informes sismológicos el 18 de octubre de 1751. Pocos años más tarde, los moradores originales se asentaron definitivamente en la margen occidental del río Vía a unos seis kilómetros al noreste de la antigua villa, localización actual de la ciudad de Azua de Compostela. En las afueras de la villa se concluyó en 1752 la construcción del Convento de las Mercedes, alrededor del cual se desarrollaría la ciudad actual.
Al oeste de la villa colonial fue formándose a su vez un poblado de casas de arquitectura popular construidas en su mayoría con madera de palma y techadas de cana de importante valor patrimonial. Con el correr de los años este nuevo asentamiento adquirió el nombre de Pueblo Viejo, con el que también se denomina a las pocas ruinas que hasta hoy sobreviven de la villa original.
En enero de 1983 un grupo de arqueólogos del Museo del Hombre Dominicano e investigadores de la entonces Oficina de Patrimonio Cultural realizaron un viaje de exploración a Pueblo Viejo de Azua a fin de ubicar las ruinas, determinar el tamaño del asentamiento original y obtener muestras de los restos arqueológicos. Durante los meses siguientes estas dos instituciones coordinaron los trabajos de investigación arqueológica. Los resultados de esta investigación no han sido aún publicados.
Este ingenio perteneció a Diego Caballero de la Rosa, Primer secretario de la Real Audiencia de Santo Domingo. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo lo incluye en su relación de ingenios de 1546. Este y otros documentos históricos indican que en 1518 el propietario solicitó a la corona española una legua de tierra en la isla para construir una villa.
No existe información sobre la fecha exacta en que se inicia su construcción, pero se sabe que estaba en funcionamiento entre los años 1520-1530. Para el año 1535, además de sembradíos de caña, el Ingenio de Diego Caballero incluía viñedos cultivados con cepas de uva traídas de Europa y la más importante crianza de cabras de toda la isla.
Luego de varios años de buen funcionamiento, la producción del ingenio empieza a decrecer debido posiblemente al difícil mantenimiento de la mano de obra esclava y a la dedicación de parte de los terrenos a otros cultivos diferentes a la caña de azúcar. Se desconoce el año en que dejó de funcionar y sus estructuras fueron abandonadas.
En la primera mitad del siglo XX, los terrenos donde se encuentra el ingenio formaron parte de la Hacienda María de Boca de Nigua, antigua finca de la esposa del dictador Trujillo dedicada a la crianza de ganado vacuno. Derrocada la tiranía, los terrenos donde se encuentra el núcleo del ingenio pasan a ser propiedad del Estado Dominicano.
En 1979 visita el lugar la periodista e historiadora María Ugarte y realiza lo que se cree fue el primer escrito sobre la existencia de estas ruinas aparecido en la prensa nacional. Antes de esto solo se sabía del lugar por lo que describían las pocas personas que lo conocían.
Entre los años 1988 y 1989 se realizan por primera vez excavaciones arqueológicas en el sitio, a cargo del arqueólogo Fernando Luna Calderón. Durante las investigaciones arqueológicas se identificaron en el Ingenio de Diego Caballero las diversas zonas destinadas a la producción del azúcar de caña: el ingenio de agua, la casa de calderas, la casa de purga, los hornos y el torreón, la acequia y la casa de los propietarios.
Como parte de las investigaciones arqueológicas se liberan y consolidan algunas de las estructuras del ingenio y se repone material perdido en los hornos, la casa de calderas y la acequia. Hasta el momento, las demás instalaciones no han sido intervenidas.
A partir del año 2000 se renueva el interés por el sitio y se empieza a reunir toda la información necesaria para nominar al Ingenio de Diego Caballero para ser inscrito en la Lista de Patrimonio Mundial bajo el nombre “La Ruta de los Ingenios”, junto a otros cinco ingenios azucareros de la época colonial: Boca de Nigua, Engombe, Palavé, La Duquesa y Sanate.